La innovación social, ¿tarte à la crème?
Clic aquí para leerlo en el DeiaLos franceses utilizan la expresión tarte à la crème para cualificar las expresiones que les parecen ser un lugar común. Ayudándome de dicha expresión, la pregunta que me voy a hacer es: ¿la innovación social es otra tarte à la crème, es decir, una formulación vacía de contenido? La expresión francesa sugiere que el sabor de la crema hace perder la personalidad a pasteles que pueden ser distintos entre sí, pero cuyo gusto final queda envuelto en una suculenta crema pastelera que los hace parecer todos idénticos. Esto parece en apariencia, pero el origen de la expresión es más rebuscado, como luego veremos.
Hoy observamos que la palabra innovación es la tarte à la crème, elevada a rango de talismán, en todo discurso político que se precie, o la vemos escrita en medio de esos sesudos informes que dan cuenta de cuestiones que tienen que ver con la sociología o más ampliamente con cualquier otra materia más amplia de las ciencias sociales. ¿Pero de qué trata la innovación social?
Al menos, corren dos grandes maneras de concebir lo que es la innovación social. En una primera definición, la innovación social se refiere a los procesos colectivos que conducen a las innovaciones científicas y tecnológicas (en pocas ocasiones podemos decir que un invento es la obra de una sola persona). Estas innovaciones científicas y tecnológicas implican, por consecuencia, otras innovaciones sociales (por ejemplo, la difusión de las innovaciones por contactos y su aplicación en la reorganización del trabajo, en nuevas configuraciones organizativas de todo tipo, etcétera). Pero cuando empiezan a complicarse las cosas es cuando al mismo tiempo que innovación tecnológica es también social en el sentido de que afecta a considerables aspectos de la sociedad. Siempre cabrá la pregunta de quién se beneficia de todas esas transformaciones.
Cuando lanzamos este dardo al corazón de su esencia es cuando empieza a despuntar la segunda definición. Ésta da cuenta de una dinámica mucho más intensa que las relaciones entre economía y sociedad. Este enfoque implica un desafío serio a las instituciones y sus protagonistas se caracterizan por poner en entredicho las reglas establecidas y las normas que las acompañan. Cuestionan la separación entre el privado y el público, entre el desarrollo económico y el desarrollo social, entre lo local y lo global. Se cuestiona el espacio de la economía con respecto a la sociedad. Se puede así decir que las innovaciones (económicas y sociales) participan en la transición entre un modelo de desarrollo y otro. Como se podrá apreciar, el tema es de calado, sea cual sea la definición de la que partamos.
A la luz de las expectativas de investigación que se abren para los próximos años respecto a estos apasionantes ámbitos del conocimiento, se entenderá por contraste cuánto puede chirriar su utilización errática y la erosión a la que se puede llegar a someter a un concepto tan prometedor como el de innovación social. No es completamente extraño al paulatino exterminio de la sustancia del concepto de innovación social, el hecho que las acciones públicas susceptibles de fecundar en la sociedad dicha dinámica nunca sean evaluadas, lo que desacredita dichas acciones, que terminan apareciendo como superfluas e inoperantes. La consecuencia muy probablemente pueda traducirse en términos de deslegitimación social y banalización de unas prácticas que por carecer de resultados tangibles, medibles y comparables favorece la subasta populista del concepto como un vulgar potingue, made in the extranjero para políticos del montón.
Lo que ocurre con la palabra innovación es parecido con lo que ocurre con otras tantas palabras que vemos usarse sin ton ni son. Hoy día no hay frase que no lleve una, dos o más palabras que acaban en "on". Acción, inflación, evaluación, etcétera. Cientos de palabras a las que se recurre sin saber muy bien qué pintan en medio de los discursos políticos y que vacían de contenido, tanto las palabras empleadas como los mismos discursos insípidos a los que éstas son llamadas a dar sentido. El origen de la expresión es sorprendentemente muy ilustrativo para los tiempos que corren. La expresión tarte à la crème en un sentido figurado la usa por primera vez Molière en su obra de teatro La escuela de las mujeres. El interés de esta obra de teatro es su realismo, porque el genial francés, deliberadamente y por primera vez, inserta la comedia en la realidad de la época, por lo que hoy diríamos que fue una obra de teatro socialmente innovadora, a la vez que muy criticada por los distintos estamentos del poder. Los personajes son sus contemporáneos y evolucionan con su propia complejidad. Desde esta descripción y desde este drama, nos propone una filosofía de la vida basada en el respeto a lo que es natural y a nuestras predisposiciones.
En esa época, para volver al tema de la tarte à la crème, había un juego que estaba muy de moda, desaparecido ya hoy, que se llamaba el juego de la canastilla (corbillon). Consistente en contestar a una pregunta con el mayor número de palabras que acabasen en on, de ahí el nombre de corbillon. En la obra de teatro antes citada, Arnolfo explica que la mujer ideal tiene que ser una mujer tan ignorante que jugando al juego de la canastilla no se le ocurre meter otra palabra distinta de la tarte à la crème. La explicación llegará más tarde, en otra obra de teatro que se titula La crítica de la escuela de mujeres, en la que Molière, para contestar a las críticas de la anterior obra, crea un diálogo, esta vez entre Orontes, Agnes y Horacio y un marqués, consiguiendo hacer decir a éste último hasta 10 veces la expresión tarte à la crème. En forma de recurso cómico, la repetida tarte à la crème se convirtió en una alocución que los interlocutores utilizan de manera estéril, con la esperanza de que ello pueda dar más peso argumental a sus planteamientos.
Nuestros políticos deberían dejar de jugar a la canastilla cada vez que hablan en público si les viene la tentación de recurrir a conceptos cuyo origen y significado ignoran. Respecto a la innovación social, no deberían ignorar que ésta, aunque pueda suponer plusvalías sociales considerables, no beneficiará necesariamente a sus promotores más directos e implica cambios a medio y largo plazo que entrarían en contradicción con el cortoplacismo político al uso.
Deberían andar con más cuidado. Porque no hay que olvidar tampoco que durante mucho tiempo en las obras de teatro burlescos personajes terminaban siempre a golpes de pastel en la cara con crema y todo. A veces las costumbres vuelven y, como en el teatro burlesco, a los ciudadanos/espectadores de hoy les podrían venir en ganas desfogarse imitando las prácticas de los protagonistas de esa canastilla tragicómica en el que se transforma por momentos nuestra vida política.
Bienvenido sea tu comentario que seguro que interesara hasta a los que no la comparten. Gracias