Las 24 horas de la vida de un sanferminero (IV)
13:00 CHIQUITEO CON LOS DEBERES HECHOS (9 de julio, Capítulo 4)Clic aquí para leerlo en el Diario de Noticias de Navarra
Una vez en la calle observo mi garito con ruedas convertido en un refugio anti-ataque nuclear, pero a ras de calle, que no tengo que compartir con nadie, lo que me permite reunir las condiciones, tanto objetivas como subjetivas, para recurrir a lo fútil en cualquier tipo de circunstancia que se vaya presentando. Me voy deslizando por los alrededores de la zona de mi preferencia elegida para el chiquiteo, con la tranquilidad absoluta de haber reservado una buena mesa para comer.
Hechos los deberes, con la fiebre del proscrito que tiene que salir de esta sin dejar huella en su inmaculada camisa, voy de bar en bar, hablando con uno y con otro, con el asombro de entender hasta lo más insignificante de lo que se me transmite, que no es otra cosa que lo ya dicho, una y otra vez, y que el espantoso ruido ambiental deja traspasar. Menos mal que tras cada ronda se cambia de plaza, porque si no, hasta los adoquines se mosquearían. La mañana va trascurriendo con la mirada al acecho, mirando de reojo a alguna guiri de esas con la mitad de las tetas fuera del estuche. Aquí, sin tocar, está permitido todo tipo de estribillos y chacotas a las féminas.
Haré un solo inciso a este respecto. Lo de las chicas ya no es lo de antes, cuando les hacíamos y decíamos de todo por el simple hecho de ser de distinto sexo. Y eso está muy bien que haya cambiado. Lo que ocurre es que, al tirar las aguas sucias de la bañera, nos hemos llevado a la criatura por delante. Qué lejos están aquellas miradas maliciosas que hacían presagiar las más deseadas escenas de amor que nunca nos hubiéramos imaginado, o cuando unos floreos bien ajustados a cada situación presagiaban inmemorables noches de tormenta.
Si me aprietan, hoy en día, un 5% de la población sanferminera fue, es o será, objeto de alguna medida judicial de alejamiento por acosar de un modo u otro, probado o no, en casa o en el trabajo. O eso es lo que una ligera proyección estadística establece. Dicho de otra forma, la población sanferminera, con esa muchedumbre tarde o temprano candidata al alejamiento, más los chorizos y antisociales de todo pelaje - incluidos los que nos han limpiado nuestros ahorros- se convierte en la mayor concentración delincuente o pre-delincuente en libertad del planeta. No todas las ciudades pueden presumir de eso, y que todo discurra, al final, con relativa normalidad.
A propósito, siempre me encuentro con algún peregrino de Santiago perdido por el camino que, tras oír mis planes en la ciudad, osa compararlos con los suyos. Que mi planteamiento tenga algo de místico y que pueda asimilarse a otras tantas etapas mediante una fantasmagórica y meditativa comparación, lo puedo entender. Pero atreverse a comparar mi standing con el de los albergues sucios, indiscretos y caros, donde no tienen más remedio que pernoctar, es una frontera que nunca permitiré rebasar. ¿Cómo se pueden contrastar siquiera ambas alternativas? ¡Otro que sería de letras! Viajar es muy formativo, estoy de acuerdo, pero, demasiado y a pie en verano, trastorna, qué duda cabe.
Mi admiración, sin embargo, hacia estas personas sale siempre intacta tras estos encuentros, a condición de que no se aprovechen de la familiaridad con las que siempre les acojo, y no me pidan dormir en mi furgoneta, debido a que, pese a su infumable nivel, los albergues pamplonicas cuelgan el cartel de completo por estas fechas. Siempre salgo de esta encerrona alegando alguna mentirilla. Con estos volterianos, hijos disimulados de la impiedad ilustrada, nunca sabes como actuarían si los metes en casa.
Se va acercando la hora de la espuela, ese trago que nunca se sabe si es el primero o el último, por la cantidad de espuelas que se pueden llegar a tomar. Tras este inciso compostelano voy divisando, a lo lejos, el establecimiento que va a hacer factible saciar mis gustos culinarios. La aproximación a Estafeta me invade de ansiedad; mi pose, a la vista del asador donde comeré, se va irguiendo, transformada en una sutil mezcla entre la insolencia del mamífero que marca su territorio a cada paso y el desparpajo condescendiente del dantzari que se dirige a recuperar su txapela tras un aurresku. Los últimos largos se me hacen eternos, y siento una tensión en la nuca de una violencia extrema, llegando a alterar por unos segundos mi buen humor matinal, ante la posibilidad de que, por alguna conjura, se haya cancelado mi reserva. Con las cosas de comer no se juega.
Bienvenido sea tu comentario que seguro que interesara hasta a los que no la comparten. Gracias