Las 24 horas de la vida de un sanferminero (V)
14:30 DESDE MI ATALAYA GASTRONÓMICA (10 de julio, Capítulo 5)Clic aquí para leerlo en el Diario de Noticias de Navarra
La entrada al restaurante, donde tengo la mesa reservada desde el año anterior, sólo puede equipararse al día más importante de tu vida: lloras por dentro como cuando ves nacer a tu hijo. El olor a hojaldre horneado te hace revisar hasta la idea que tienes del futuro del ser humano, te reconcilia con la democracia. Mi entrada en ese santo lugar es triunfal, arrolladora; me enorgullece llevar el portaestandarte tremolando como un fuera de serie, pese a que las colas para pedir mesa recuerdan a las de los conciertos de AC/DC en San Mames.
Solo el 10% de las personas a las que tengo que empujar con determinación para abrirme un pasillo de acceso hacia mi trono comerán en este selecto lugar. Como no podía ser de otra manera, los dueños del Mesón Pirineo procuran que los que tenemos el privilegio de disfrutar de una de sus mesas lo hagamos tranquilos y sin ruidillos.
Michel, el amo de llaves, como siempre, recurriendo a sus mil maneras, ardides y estratagemas, me coloca en el sitio más cotizado del local, que no es otro que un promontorio al fondo de la sala instalado expresamente para mi, desde el que voy observando con estupefacción infantil cómo año tras año comer y beber rico son los auténticos indicadores de la buena vida de un ser supuestamente civilizado. Empiezo a dar cuenta de la ensalada de Jabugo con foie y piñones, del rodaballo al horno, del chupetón de buey a la parilla de ochocientos cincuenta gramos, con patatas y pimientos y del sorbete de coco con crema de melocotón. Esto último es solo para apoyar la transición.
El café de este cotizado lugar es la demostración de que cuando estás acostumbrado a ese gusto de arábica cultivado a 1.100 metros de altitud por las monjas cistercienses de la Abadía Nuestra Señora d"Aiguebell de Koutab, en Camerún, nada puede sustituirlo. Lo mismo ocurre con unos bizcochos marroquíes y delicias mexicanas del convento sevillano de las Concepcionistas Franciscanas de Écija que el dueño del establecimiento encarga expresamente para darme un capricho sin par. Eso sí, todo regado por una copa de un Armagnac, que, tras los años que les visito, ya es de una bodega francesa comme il faut.
Desde lo alto de mi atalaya, voy haciendo señales de paz con el humo que se desprende de mi habano; estos días son de tregua, y así lo hago saber. Con la habilidad del contorsionista profesional intento evitar la mirada de un conocido que se dirige como un animal herido hacia mí, sin que pueda soslayarlo. Escarbo hasta en los arrecifes de mi mente en busca de algún recurso cómodo para la conversación, sin apercibirme de que ya lo tengo disparando frente a mí. Es un personaje tan egocéntrico que es capaz de invitarte a los toros con tal de que le hagas sombra. Su ego lo siembra con tractor y todo. Cazador empedernido, me anuncia, como el fin de una plaga bíblica, que el jabalí esta moda. Un tipo duro. El jabalí.
No entiendo con lo mala que es esta bestia, agresiva y peligrosa a monte abierto, cómo se le caza con semejante alegría. Y que no me lo comparen con nuestro cerdito doméstico rosado regañón y jamonero; la diferencia no es sólo debido al aire que respiran. Varios cientos de miles de ejemplares de jabalíes son muertos a tiros cada año, evitando así ser colonizados por ellos, dicen los expertos. El caso es que hay días que la campiña se parece a un desfile de la Pascua Militar. Sobre este asunto mi criterio es neutral, no vaya a enfurecerse el personal. Siempre hay que saber el número de escopetas que tu contradictor dialéctico está dispuesto a alinear para la defensa de sus argumentos, y el grado de resistencia que es capaz de ofrecer, pacíficamente, a los tuyos. Si practicas el montañismo te acostumbras en un plis-plas.
Además de la impronta y abolengo que imprimió en este lugar Iñaki Rodaballo, otra de las razones por las que acudo a él todos los años es porque se puede practicar la sobremesa a gogó, lo que, para un maniático de las observaciones vacías de contenido moral o religioso en el que me transformo estos días, es el momento ideal de la meditación ociosa sobre lo falsillo, lo manido, lo anecdótico, lo episódico, y todo al limite de lo erótico. Los años han temperado ese aspecto tan importante de la vida de una persona. Lo que ocurre, es que el sexo me procura más zozobra y desilusión que otra cosa digna de dimensionar (si, han leído bien, dimensionar). Volveremos sobre ello.
Bienvenido sea tu comentario que seguro que interesara hasta a los que no la comparten. Gracias