Las 24 horas de la vida de un sanferminero (VI)
16:00 LA SIESTA (11 de julio, Capítulo 6)Clic aquí para leerlo en el Diario de Noticias de Navarra
Cuando entro en la furgoneta, me transformo en Campomanes tramando la expulsión de los Jesuitas y lo primero que hago es comprobar si Mala Rodríguez no está dentro camuflada de rueda de recambio o de algo similar. Una vez me quedé muy impresionado al escuchar su música hip hop y, a veces, a oscuras, temo lo peor. Tras el cacheo tengo el sentimiento de entrar en uno de los momentos más importantes del día, y esa sensación me invade con la arrogancia de quien reclama lo suyo sin contemplaciones: la siesta vestida de hechicera. Antes de abandonarme a este placer horizontal sin igual, medito sobre lo que declaró a modo de programa Frederic Mitterrand, cuando se le nombró ministro de cultura de Francia: “Todos conocemos el cuento de la abuela que riega los claveles de su nieto ignorando que son plantas de hachís”.
Llevo meses sin saber qué nos ha querido trasladar con ese mensaje, y me refugio en lo que pudo ser Woodstock y en la idea que yo me hago de aquel mega-guateque.
Qué curioso resulta observar que cuando las cosas pierden fuerza es cuando se forjan los símbolos que inmortalizarán la filosofía que las sustentaron. Los hippies, ya de capa caída, pasarán a la historia regalándose la cama redonda más importante jamás organizada. Esta mañana paseándome por la parte vieja he observado que hay zonas que parecen Harlem antes de que Luther King presentase su proyecto de hacer de ese territorio comanche, poblado de los negros más pobres del planeta, una de las zonas más chic de Nueva York. Cosa que se ha conseguido, en parte, sin que Pamplona haya tomado nota de ello para sus barrios pobres.
También me he cruzado con varias mujeres musulmanas tan tapadas que poco más he podido distinguir de ellas. Mientras me voy durmiendo, lo relaciono en mi mente ya borrosa, con ese gracioso imán que cuando se le preguntaba qué opinaba sobre la prohibición de llevar el burqa en los lugares municipales, declaró que no entendía porqué a las monjas se les permitía llevar tocas muy ajustaditas en la cabeza y a las mujeres musulmanas que han optado por determinadas prendas voluntariamente se lo negaban. No entendía la medida – decía nuestro cura de Ala – ya que una musulmana con burqa es como un convento, pero móvil. O lo que es lo mismo, un panfleto salacista ambulante. El Corán tridimensional está a la vuelta de la esquina en nuestras ciudades.
Lo importante es evitar pensar en los relatos con los que me enfrento a la hora de cerrar los ojos en estos últimos tiempos como el de ese tal Gunther von Hagens, que ha abierto una tienda en Berlín en donde vende órganos y partes de la anatomía humana como si fueran lonchas de jamón. El producto, en esa tienda de la muerte, se presenta embasado tras un proceso que él mismo ha inventado que impide la putrefacción natural. Cinco millones al año de visitantes acuden a su tienda, de donde uno puede llevarse bajo el brazo alegremente una loncha de hígado de adulto o un testículo de adolescente (el par debe de tener un precio prohibitivo). Menudo pájaro. Algunos alemanes dan miedo.
Luego me espera la Plaza de toros de Pamplona en persona, un Woodstock con txistorra y bota. Antes de que los ojos se cierren de una vez, ensayo en mi mente la entrada al bar donde he instalado mi hotel cinco estrellas ambulante; y, mientras el camarero me prepara mi primer Gin-tonic de la tarde, me aseo y arreglo lo que se traduce en que la camisa planchada recién estrenada me da aire de ricachón, llegado de las Indias. Imagen que es exactamente la que más me favorece a estas alturas de la tarde.
En lo del Gin-Tonic no me quiero extender, pero los principios básicos que debe reunir para llevar ese nombre, sin que te acusen de usurpador, son: primero, de limón nada de nada, lima agria del Caribe: luego ginebra de MG, embasada en una botella que no puede adulterarse; tercero, los cubitos de hielo tienen que oxigenarse lo bastante para no derretirse de inmediato en la copa: la copa debe ser alta y ancha, de cristal, y no, un vaso de plástico de las txoznas o de esos metálicos para recuperar los aceites gastados de tu coche. Y, por último, pero eso ya es optativo, que te lo prepare una de esas tías de la noche que están más buenas que el pan. Ahora se entenderá mejor porqué uno viaja solo. Son demasiadas cosas sobre las que habría que negociar para ponerse de acuerdo y no compensa, ya que de este modo hago como Juan Palomo; yo me lo frío y me lo como.
Bienvenido sea tu comentario que seguro que interesara hasta a los que no la comparten. Gracias