Las 24 horas de la vida de un sanferminero (VII)
18:30 LOS TOROS (12 de julio, Capítulo 7)Clic aquí para leerlo en el Diario de Noticias de Navarra
Mi ruta hacia el coso discurre entre el gentío, como en aquellas partys de finales de curso al aire libre, donde se entreveraba la emoción de haber aprobado con la del alivio de no volver a vernos hasta el curso siguiente. La diferencia aquí es que parece que muchos estamos dispuestos estas tardes a catear hasta el curso de nuestras propias existencias. Siempre recuerdo lo que decía con sorna británica Hitchcock: “cuando me cruzo con un policía temo tener rasgos de algún sospechoso”. Algo así me pasa por este paseíllo, y mi portentoso éxtasis se transforma en una pasión que traga y engulle hasta horadar mi discernimiento, arrastrándome hasta el circo donde aguarda, con la quietud del impune, ese juguete de credulidad nociva disfrazado de Corrida.
Voy a ser testigo de uno de los momentos, a la vez, más lesivos y más emocionantes del día, puesto que un drama inútil y gratuito va a iniciarse.
Desde la barrera hasta las gradas, arremete la maleza de gritos, como veletas y espadañas multisonoras, envolviendo el inminente sacrificio que está a punto de iniciarse, para arramblar nuestros reflejos cognitivos. Pronto, la sombra ecuánime sintonizará, al ritmo del calor, la cuenta atrás del escarnio del zoo humanoide mientras que el sol irá barriendo los tendidos uno a uno para que discurra el drama nacional por antonomasia, y derrote a la tarde. Cuantas causas de interés cultural se habrán aducido para legitimar algo, sin ver ningún inconveniente en que lo que se avalaba, no era otra cosa que la desidia por llamar las cosas por su nombre. Con esta reflexión doy vueltas a estas reservas metafísicas para poder pechar cuando yergue el arrobo, con mis contradicciones y mis vicios. Es la servidumbre intelectual que me corresponde sufragar para poder mezclarme, con abulia y marra, con tanta gente de mal vivir, que decía Baroja, que abarrotan impunemente la plaza, cebados de ínfulas saturnales, como si nada fuera con ellos.
Cuando al animal se le avasalla con ensañamiento, maña y acero, pienso en cuán cierto es eso de que la condición humana es lo contrario de la humillación. Me ayuda muchísimo a superar mis reservas morales, saborear la docena y media de croquetas que empujo hacia su destino final, con unas copas de champagne, esta vez bien francés, fresco y abundante, que encargo a las mañanas al delikatesen más caro de la ciudad. Eso es, champagne FFA. El balance se ahorma al deleite general y me sobrecoge; seis toros tendidos (de verdad), más un sobrero al que le habrán dado bacalao en los chiqueros. Treinta pares de banderillas astilladas, cuatro varas rotas, dos picadores derribados. Tres toreros heridos leves, banderilleros asustados y el presidente de la plaza amonestado: el mayoral cejijunto, el público arrebolado y, los entendidos - iconoclastas y truchimanes- qué les voy a contar: y dos orejas y rabo; y para que todas las cuentas tornen, el conjunto envuelto en el desbarajuste de los blusas que recordaba al motín contra Esquilache.
Me he enterado de que se ha abierto en Madrid un espacio que tiene como objetivo potenciar nuevos modelos relacionales en torno a las prácticas artísticas, junto a personas con dificultades cognitivas y del desarrollo, al que han llamado “Al matadero sin miedo”. No sería un mal final para las plazas de toros. Sus promotores han debido inspirarse en Cousteau, que no sólo escrutó hasta lo imposible las madréporas suboceánicas cuando, con fino criterio, tras bucear en la Maestranza dijo: “Sólo cuando el hombre haya superado a la muerte y lo imprevisible no exista, morirá la Fiesta de los Toros, y se perderá en el reino de la utopía. Entonces el dios mitológico encarnado en el toro de lidia derramará vanamente su sangre en la alcantarilla de un lúgubre matadero de reses."
La tarde va despidiéndose en mi otero indómito con el claro propósito de seguir sorprendiéndome, lo que hace cubileteando con uno de mis puntos débiles: el apetito. La cena siempre me ha parecido interesante de analizar, ya que, a pesar de que es el último acto que unce a lo que por corroer queda del día, siempre nos empeñamos, hirsutos, en rebasar las calorías facultativas. Y sigo sin lograr quitarme de la cabeza esos materiales sin hilván que, como una indeleble aventura equinoccial, me habitan y atormentan. Ahora que se diseñan edificios inteligentes, ¿como le sentaría un cambio tan brusco a una plaza de toros?
Bienvenido sea tu comentario que seguro que interesara hasta a los que no la comparten. Gracias