Las 24 horas de la vida de un sanferminero (IX)

13:00 LA VIDA ES UN PERPETUO RECOMENZAR
(14 de julio, Capítulo 9)
Clic aquí para leerlo en el Diario de Noticias de Navarra

Hoy observo que las pocas nubes, que han resistido a la dispersión general operada en la noche, son casi trasparentes; y que las presiones atmosféricas son aceptables, aunque, por momentos, se elevan concentrando un núcleo de humedad ambiental inhabitual para esta altura de la estación en zonas de montaña. No habrá que descartar, por tanto, ventarrones en determinados lugares de la geografía extra foral. Teniendo en cuenta que, metido aún en la cama, todos los pronósticos que me he podido cruzar zapeando la radio daban, décima arriba décima abajo, un idéntico valor climatológico para toda la zona donde debía evolucionar hoy, puede decirse que hace un día perfecto de verano para la práctica del holgazaneo festivo.
Pero es hora de marchar: nunca lo hago sin postrar mi andorga y inundar con mis fervientes sollozos la Iglesia de San Agustín, donde, tras sus peleas contra los turcos, Garcilaso de la Vega fue nombrado caballero de Santiago. Luego no se le volvió a ver el pelo por el barrio, pues pasó de los dramas teológicos y autos sacramentales del momento, lo que yo nunca haría. Esa fue su falla y no estoy pidiendo nada, ni pretendo sestear a la sombra de la Iglesia, como el tosco reflejo de algunos.

Tras esos momento místicos, llega de nuevo el momento del día en el que me veo de nuevo arrastrado, literalmente, hacia la fiesta, una vez terminado el aseo en el bar de enfrente, que cumple a raja tabla la función de cuarto de aseo particular. El camarero, que ya ha descubierto mi combinacione, me lanza una sonrisa condescendiente como perdonándome la vida, ignorando que él jamás gozará de la décima parte de lo que yo gozo con esta manera de organizarme en una sola campaña de San Fermín. Debo de llevar una media hora, y es hora de mostrar al mundo mi look inmejorable. Hoy tendré que compartir con otras zonas de bares por igual, el placer de disfrutar de mi selecta presencia. Lo único que hay que tener claro es que nada importa más que cumplir con tu propósito, aplicando los ejes anteriormente expuestos, y que posee todos los certificados de calidad y seguridad, en vigor. El resto son pendejadas.

Por la tarde, calo mis pantalones desde las caderas hasta donde la costura libra mis partes blandas, antiguos roquedales lamidos por la mar, y me transformo -como ese miedoso en que nos convertimos cuando tenemos que hablar con nuestro banquero-; y consulto hasta los fondos de mis bolsillos el peculio disponible para establecer, según mandan los cánones de una sana economía, el margen de maniobra legal del que dispongo en calidad de consumidor informado y pendenciero. Decido, pues, dar por finiquitada la campaña de este año y tras haber vivido estos días solsticios, equinoccios, eclipses y lunaciones decido quemar Pamplona porque considero que elevaría la dignidad y sacaría de la rutina unas fiestas que necesitan regenerarse con ideas nuevas. El fuego es un viejo truco para mantener cierta coherencia mística entre los dispares elementos que componen la Fiesta de San Fermín a la vez que eleva a moral del ceñudo enclave en el que se convierte su último día.

Así debería terminar todo aquí, como una pira monumental digna de los mejores momentos del reino de Nerón, quien, sea dicho de paso, no quemó nada. Recuperar su figura no estaría tampoco de más, en una Pompalia creada bajo su tumultuoso mandato. Superar el desprestigio mundial de ese César tan singular, no sería tarea fácil habida cuenta de que odiaba a su propia familia, y que no cultivaba amistades, salvo para forjar una alianza táctica para destruir, ni tenía cuadrilla. Pese a todo, no me parecen suficientes razones que justifiquen la ingratitud de trato que rige en los descendientes de los que fueron sus súbditos.

Dicho de otro modo, querido lector, en Navarra no ha habido recodo, gándara, teso, carrascal que no se haya enterado de mis plegarias para revitalizar el gozo y refocilo así como para combatir los demás estragos que son capaces de provocar la improvisación y el aficionismo, si no mantienes a raya -por citar un ejemplo al azar- a esas féminas, que se empeñan en ejercer de esposas hasta el final. Tendré que hacer como el Arcipreste de Hita, ese clérigo casta, el más promiscuo y compasivo de la literatura medieval en castellano que, como yo, sintió la necesidad de escribir sus memorias, lo que me lleva a ir tomando apuntes para mi libro del buen vivir en San Fermín. Para la posteridad.