LA DESCONFIANZA EN LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA.

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LA DESCONFIANZA EN LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA.
(publicado Diario Montañés y Diario Vasco ( grupo Vocento) 04-11-2015)
Una leyenda negra de dimensión peninsular, pontifica que la Administración Pública da cobijo a más de 20.000 cargos de confianza colocados directamente por cargos políticos, en virtud de la tan temida discrecionalidad. El puesto de asesor no requiere ninguna titulación y la cuantificación del personal eventual- dicen- y no está sometido al control debido a la falta de registros públicos y la libertad de los organismos para establecer el número máximo de puestos. No se sabe de dónde viene esta cifra, y estas consideraciones, pero ha creado cátedra. Lo que sí parece picar mucho es, que la discrecionalidad política presida a los nombramientos. Y en la trifulca, se confunde al asesor, al consultor, al cargo político, al funcionario de designación discrecional etc.
Las pésimas correrías contra la política apenas encubiertas de estos nuevos inquisidores, han conseguido poner, con marchitos laureles, en el punto de mira a profesionales como la copa de un pino, conduciéndoles a un Auto de fe nacional consensuado de facto, entre toda la clase política (de cuyos conocimientos los partidos tanto se han valido), para eliminar injustamente, a miles de entre ellos. Tamaño atrevimiento, subrepticiamente tramado puede que labre la ruina de nuestra democracia, porque cada día es más vacilante la fe de la mayoría de los ciudadanos en los valores que la sustenta. La poda sin sentido que se propugna de asesores y cargos públicos, que nadie se engañé, forma parte de un movimiento más amplio y letal, que considera a la filosofía como una forma de bostezar, y anda agazapada a punto de conseguir la desaparición efectiva de las humanidades en todos los niveles de la enseñanza. Tomémosles la palabra a los promotores de esa canturria de pobres de solemnidad. ¿Qué significa la discrecionalidad?
La discrecionalidad es determinar de entre los aspirantes aquél más idóneo para hacer eficaz el propositivo requerido. La confianza que se empeña además no es propiamente una confianza política o de pertenencia al grupo político, sino que partiendo de una capacidad técnica previamente contrastada y de ajuste a los requisitos del puesto se elige al que, en el orden personal, para el cargo presenta mayores garantías de fidelidad para él y para el proyecto correspondiente. El sistema puede en un lugar u otro que haya derivado en una discrecionalidad absoluta con lo que la capacidad técnica no queda garantizada, ni la experiencia en la administración general. Veamos más de cerca.
Tradicionalmente se distinguía entre dos perfiles: el intelectual y el político o si se quiere el científico y el político. Hoy, por razones estructurales aparece el tercer perfil. El experto o asesor toma prestado de ambos modelos. Para el análisis, utiliza el conocimiento, y reflejos del intelectual. Para la acción, está vinculado al actor político. Su problema es entender el mundo para cambiarlo, y el objetivo de su trabajo es esa transformación. Simplemente no asume, directamente ante los ciudadanos, la responsabilidad de hacerlo. Está demasiado cerca de la acción para ser identificado como un universitario o intelectual, y es demasiado sensible a los argumentos de tipo intelectual para sacrificar totalmente su saber/hacer a la lógica política, que es la de la elección.
Si el intelectual encuentra su legitimidad en los conocimientos, el político la obtiene del ejercicio del poder vinculado a la elección.
Diferencias radicales donde el experto/asesor es necesariamente un intermediario. Entre los expertos/asesores, cargos públicos de libre designación encontramos, funcionarios gubernamentales, especialistas universitarios, altos científicos cuya aparición junto a la política es la más genuina expresión de dos mutaciones: el carácter de nuestras sociedades cada vez más complejas, y la expansión del campo de la política. Cambios importantes en los que estos expertos/asesores en las últimas tres décadas han jugado un valioso papel. ¿Tan pronto lo hemos olvidado?
Sabemos que dar tormento a la política es una afición nacional sin par. La girifalte pusilanimidad con el que han convertido el debate sobre el amejoramiento de nuestra democracia han creado un lodazal de vulgaridades, donde el despellejo al asesor es el entremés, siendo sacrificados como cortafuegos, y utilizados de parapeto, de muro de contención. Peccata minuta en comparación a lo que se nos viene encima. Estas personillas resabiadas de pasmosa incoherencia y ligereza nos tienen preparado, el plato fuerte del menú rupturista con el referéndum amenizado a todas las salsas, la retahíla de la participación, la del que todo lo deciden todos, etc.
Que esta caza de brujas ocurra, no nos debería sorprender en un país, donde sobres los agravios territoriales, sin más que mirarnos, sabemos pronosticar, con exiguo margen de engaño, quien es celta o ibero o incluso celtibero.
El estridente repiqueteo con el que se acompañan tan insolentes censuras, así como el empeño en que sean validadas por la opinión pública, no es otra cosa que la reminiscencia sociológica del odio a la política de sello franquista, lo que explica la trivialidad con la que se aborda esta cuestión. No se trata de quitar o poner rey, pero esas medidas más podrían hacer daño que provecho. Los rencores del sectario ideológico junto a la ira del apostata de turno que han instigado semejante apelmazada, es un grano de perfección que les viene ancho para quedarse solos en batalla con las quimeras, creyendo que al fin del cual, muchos pocos, harán un mucho.
José luís Gómez Llanos, Sociólogo.

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