LOS HOMBRES TAMBIEN LLORAN. (articulo publicado)
LOS HOMBRES TAMBIÉN LLORAN
Cuantas veces lloramos los hombres... Un hombre no llora -se oye decir-, las mujeres ya lo hacen en nuestro lugar. Estos días el más íntimo de mis amigos me ha revelado que su reciente separación matrimonial le había provocado un intenso desgarro, un dolor tan profundo que su existencia se veía paralizada. Mi amigo lloraba sin consuelo cuando me lo contaba, a la vez que mi impotencia se hacia absoluta; me limité a estar a su lado todo el tiempo que le fue necesario para reponerse y volver a la “normalidad”. Durante la larga media hora que duraron sus llantos, medite sobre el fondo de lo que esa amargura ocultaba, intenté dar un sentido a su dolor. Es decir, me estuve preguntando a mí mismo cómo la ruptura de una relación de pareja podía provocar a un ser semejante melancolía. Más allá de este caso, hoy quiero plantear al lector una reflexión sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres, extensible claro esta a las relaciones de carácter homosexual: es decir quiero plantear porque resulta tan difícil amar, aunque la mayoría de los seres humanos afirman que lo hacen a pesar de que no parece demasiado contenta, y no es poco frecuente que se recurra a mil artificios con el fin de que las dificultades no se hagan demasiado ostensibles. Doy por descontado que sobre los hombres, las mujeres puedan tener criterios distintos, aquí solo me he limitado a hablar, en calidad de hombre, de mi percepción de la mujer en la pareja. Sobre las relaciones sentimentales desde la perspectiva de mi condición heterosexual particular.
Con la pareja tradicional, la paz en el hogar y la felicidad conyugal se asentaban sobre el sacrificio de la esposa como garantía y satisfacción de su cónyuge. Para darnos cuenta de ello, no tenemos más que observar como vivieron las generaciones que nos precedieron, la de nuestros padres, la de nuestros abuelos. El patriarcado era la regla, y todo parecía situarse en su sitio natural. Hoy el patriarcado ha volado por los aires..., aunque no del todo. La guerra en los hogares en busca de modelos substitutivos sigue activa, y los papeles siguen sin redefinirse por la inercia del pasado, de ideologías familiares que aún contemplan la sumisión de la mujer bajo otras formas, o por las atractivas extravagancias por lo retro. Estas inercias tergiversan y obstaculizan el consenso, la paz amorosa. La cultura autoritaria masculina y la cultura femenina libran un combate sin cuartel, haciendo alarde de una crueldad propia de última batalla, de aquella que puede decidir el ganador. Es un juego, sin embargo, en el que, sin discusión alguna, todos pierden.
Contrariamente a lo que se cree, el patriarcado - el machismo se diría hoy- no ha oprimido sólo a las mujeres sino que también ha alienado profundamente a los hombres, transformándoles en una caricatura de si mismos. Los estándares al uso han ido perfilando la imagen de un macho heroico, la imagen de un ser duro que no expresa lo que siente, porque ello constituiría signo de debilidad. El patriarcado nos ha legado una profunda separación de roles, lo que significa una herida íntima para cada hombre y cada mujer. El desencuentro entre los hombres y las mujeres está originado en buena medida por ese doble desconocimiento mutuo. Por un lado, pocos hombres y pocas mujeres se conocen a sí mismos con profundidad y, por otro, el hombre es un gran desconocido para la mujer y viceversa, más allá de clichés o estereotipos que tenemos del sexo opuesto.
En la mujer, la ausencia del padre (aunque éste esté todo el día en casa) en su infancia o juventud determina su destino amoroso en un doble movimiento. Por un lado, ella se desprecia, acompañando esa primera secuencia con un segundo movimiento de idealización del hombre que le sacará de su infelicidad. Se trata de la fantasía del hombre a medida, de la criatura que ronda la perfección. Evidentemente ese esquema nunca funciona porque ningún hombre puede suplantar una figura ficticia e ideal semejante a un héroe, y como todo el mundo sabe estos yacen en los campos de batalla de la mitología. A pesar de ello, numerosas mujeres se obcecan en mantener ese esquema del príncipe azul como objetivo amoroso, y cosechan así un fracaso tras otro. El vacío que oculta semejante proceder es aún mucho más difícil de superar, porque esta angustia profunda se acompaña del sentimiento de tener muy claro lo que se quiere. Pocas mujeres reconocen que están apresadas por esos sugestivos mitos, al mismo tiempo que muchos hombres han pensado, con altas dosis de ingenuidad, intentar metamorfosearse en esos ideales femeninos porque ansiaban que el amor les facilitara las cosas, como se dice, les haría la vida mejor, ignorando que eso nunca funciona y por contra, a muchos se la ha complicado. Para ellos, llegar a asumir este estado de cosas sin rencor, sin amargura, ha supuesto empezar a hacer las cosas con una lógica más efectiva, menos emocional, apostando con ímpetu en la amistad. Las cosas ya nunca pueden ser iguales cuando has cosechado fracaso tras fracaso y un día te das cuenta (nunca es un día, sino más bien un proceso) que esa fuerza irresistible que te enciende esa llama y que puede convertirte, si te descuidas, en un amante locamente enamorado, a menudo no es otra cosa que el furioso deseo de desembarazarte del vacío que te pesa, de ese profundo dolor interno que no has sabido resolver de otra manera. Que no has sabido gestionar, por medios pacíficos si se quiere. Cuántas veces estamos dispuestos a truncar nuestra soledad a la primera ocasión que se nos presenta. Comete un grave error el que no sepa distinguir, en las distintas situaciones amorosas que la vida le va brindando, lo que en realidad intenta resolver, porque peligrará extraviarse en un ámbito falsamente protector que pronto termina en desastre emocional generador de zozobra y desaliento. Lo que agota nunca es la caída sino no comprender porque de repente te encuentras derribado. Dicho de otra manera; la forma de amar es casi siempre la manera más fidedigna de dar cuanta de quienes somos. Dime como amas y te diré quien eres podía llegar a decirse. El amor es casi siempre la medida que da cuenta de la autoestima que albergamos en nosotros mismos.
La mujer también debe tomar conciencia de su falta de estima personal, estima quebrada en ella por un padre ausente, autoritario e insensible a ella -cuando no incestuoso haya o no pasado al acto-, que le conduce siempre a precipitarse hacia relaciones con los hombres con el peso de una espera que casi siempre lo estropea todo, porque la pareja no es el terreno más apropiado para reconducir su alineación. Salvo que su partenaire acepte sufrir hasta la extenuación esta redención vengativa que en el fondo no le atañe a el. Situación de conflicto abierto y permanente para la mujer que tampoco le aliviará de su peso de partida y que no hará más que aplazar el problema, desestabilizando irremediablemente a la larga a su pareja. Amar es la tarea más importante de la vida y, paradójicamente, es a la que menos tiempo dedicamos. Todo está en crisis; el amor también, ¿llegaremos a renunciar a amar para no sufrir? ¿Habremos de conformarnos con la recuperación de nuestro amor propio, el amor que poseemos cada uno, el nuestro sin más?
Para las generaciones de antaño las relaciones de padre y madre, de hombre y mujer venían dadas. Hoy todo está siendo cuestionado, o por lo menos muchas parejas parecen estar buscando una alternativa a través de un camino no exento de dolor y de incertidumbre en muchas ocasiones. Otras parejas han escogido por pereza y conformismo social, lo tradicional, emulando a sus mayores, recuperando los resquicios de un modelo un tanto trasnochado. También a ellos les tocará parar en medio del camino cuando menos lo esperen, y deberán emprender ese recorrido casi iniciatico que les facilite la búsqueda del amor de ellos mismos, pagando el correspondiente tributo de soledad que tanto terror les ha causado hasta ese momento.
La crisis en la relación amorosa implica riesgo y oportunidad. Es volver a la casilla de salida y volver a intentarlo de nuevo como en un parchís. Es desde luego una formidable aventura, la más emocionante, que permitirá a los que se lo proponen con honradez generar la suficiente complicidad entre hombres y mujeres, entre hombres y hombres entre mujeres y mujeres, para tomar posesión plena de nuestras potencialidades , de nuestros limites que nos permita no meternos en camisa de siete varas. Es la condición para que todo lo que deseamos en el ámbito de lo emocional se haga realidad. Para ello es inútil huir los conflictos, aunque temamos ser inmersos en un nivel de ebullición inaguantable, porque al mismo tiempo ello permite romper los moldes determinados, repletos de prejuicios convencionales donde queríamos encajonar nuestras relaciones. Cuando se ha entendido todo eso, cuando renunciamos a las huidas ego-defensivas, ello significa que hemos comenzado el tortuoso recorrido interior de nosotros mismos, para tranquilizarnos, para hacernos serenos, para encontrar el tono justo interior, y para con los demás. Para liberalizarnos, como nos gusta decir muchas veces sin que jamás nos lo propusiéramos de verdad.
Entonces descubriremos que el amor se transforma en algo esencialmente interior y que su germinación ya no depende para nada de tu pareja. Descubrimos, por el contrario que nuestra salvación amorosa es una tarea estrictamente ardua y diaria, pero ¿tenemos a lo largo de nuestra existencia algo más gratificante que regenerarnos en permanencia, que renovar el amor humano en suma? Entonces y sólo entonces seremos dignos de ser amados y de querer a otras personas. Reuniendo los ingredientes para esta nueva amistad entre los sexos, alcanzaremos cuotas de libertad hasta entonces insospechadas. Libertad sin la cual el amor, la amistad y todo lo demás solo resulta ser una mentira. Envuelta en una dulce quimera
por José Luis Gómez Llanos Abogado y Sociólogo